RELATO DE UNA EXPATRIADA
RELATO DE UNA EXPATRIADA https://i0.wp.com/www.fundacionfrs.es/wp-content/uploads/2021/07/En-una-especie-de-videojuegocomo-viajera-del-siglo-XIX-2-scaled.jpg?fit=1080%2C444&ssl=1 1080 444 Fundación FRS https://i0.wp.com/www.fundacionfrs.es/wp-content/uploads/2021/07/En-una-especie-de-videojuegocomo-viajera-del-siglo-XIX-2-scaled.jpg?fit=1080%2C444&ssl=1¿Una viajera del siglo XIX?.
Las consecuencias de esta pandemia se han notado en todos los ámbitos de nuestras vidas. En absolutamente todos. Y en muchos casos de manera dramática.
En esta entrada, no obstante, me gustaría hablar de cómo ha afectado a la movilidad a nivel mundial, a esa globalidad que creíamos que ya nada ni nadie podía tambalear “Ya que en los últimos meses lo he sentido de manera personal y profesional…
Durante el mes de marzo, tuve la fortuna de ser designada coordinadora de país en Filipinas para el proyecto que FRS desarrolla en Bicol. Una oportunidad que llevaba mucho tiempo esperando y que por fin iba a hacerse realidad. En un lugar que me apetecía mucho conocer y con un proyecto muy interesante. Un cambio radical de vida a todos los niveles. Fue en ese momento cuando me di de bruces con esa realidad que había traído el COVID y que, al menos en ese aspecto, no me había afectado realmente. Era consciente, por supuesto, de que las vacaciones fuera de España quedaban aparcadas, de que había familias cruelmente separadas por las restricciones de movilidad, que la economía se resentía por esta causa y un largo etcétera de aspectos, que piensas, escuchas y, sobre todo, lees en la prensa. Pero esta vez me tocaba a mí sufrirlo directamente. Comenzaba una odisea para conseguir llegar a mi nuevo destino.
Sin ánimo de hacer spoiler (si me permiten este anglicismo tan de moda), puedo decir que finalmente el 22 de junio logré aterrizar por fin en Manila. Lo que no significa haber logrado llegar a casa, a mi nueva casa. En la fecha en la que escribo estas líneas, 2 de julio, aún sigo en Manila, encerrada en un hotel, en el que permaneceré durante 14 días, guardando cuarentena. Y aún debo gestionar el traslado a mi destino final, Naga, que también impone restricciones de acceso al encontrarse en situación de semi-confinamiento por el empeoramiento de sus cifras de afectados por el COVID (entre otras, varias autorizaciones y pcr, a pesar de haber pasado cuarentena y de estar vacunada). Entre una cosa y otra, si todo va bien, el trayecto desde el origen hasta mi nueva casa durará unos 20 días, lo que me hace sentir, por ponerle algo de humor, como una de esas viajeras del siglo XIX.
Después de algunos cierres y aperturas de fronteras, a mediados de marzo de 2021, Filipinas volvía a cerrar sus puertas de manera drástica (por tierra, mar y aire). No importaba la razón de tu viaje, no había manera de lograr un visado que te permitiera entrar. A la espera de las revisiones de medidas que realizaba el gobierno filipino cada 15 días, comencé a trabajar desde España, haciendo uso de esa nueva normalidad que es el teletrabajo, pero con el gran hándicap que suponían las 7 horas de diferencia horaria que me separaban de mis colegas filipinos y con las desesperantes idas y venidas de la conexión a internet en esa zona del planeta, que dificultaba enormemente la comunicación y por tanto, la gestión del proyecto desde Tenerife, donde yo me encontraba.
No importaba. La ilusión y mi empeño eran más grandes. Me animaba pensar que pronto estaría allí. Pero las noticias que llegaban cada 15 días no eran muy halagüeñas y el tiempo iba pasando. La burocracia además parecía enorme. Las normas estaban dispersas y resultaba muy difícil saber qué era realmente lo que hacía falta para entrar al país, una vez que eso fuera posible. Había que atender a las normas gubernamentales, locales y de los distintos departamentos entre los que se reparten las responsabilidades. Embajadas, consulados, departamento de inmigración, grupo de trabajo para la gestión de pandemias, agencia de cooperación, etc., un sinfín de organismos con los que contactar y gestionar todo lo necesario. Y con la duda continua de no saber si estaba haciendo las cosas bien.
Por fin, a mitad de junio, Filipinas abrió una ventana, en la que determinadas personas podían excepcionalmente entrar y, entre las que se encontraban los trabajadores de ONG´s internacionales. Así, el 20 de junio logré salir de Tenerife rumbo a Madrid y de ahí, a Filipinas. Siempre temerosa, eso sí, de que, al llegar a la frontera, me faltara alguno de todos los documentos que debía llevar preparados (visado, reserva de hotel para la cuarentena, reserva para pcr, documento de exención del departamento de interior filipino, certificado del consulado filipino en España, etc.). Y sabiendo que, aun llevándolos todos, el Departamento de Inmigración se reserva la potestad de rechazar tu entrada al llegar allí.
Una vez aterrizas en Manila debes pasar por, al menos 4 mostradores donde van verificando cada uno de los requisitos para la entrada en el país. Una especie de videojuego en el que vas pasando de fase, hasta llegar a la última: el Departamento de Inmigración. Como adelanté más arriba, todo salió bien. Cuando vi que el funcionario plasmaba por fin el sello de entrada en mi pasaporte, no pude evitar suspirar profundamente y sonreír. Podía por fin comenzar ese nuevo reto y dedicarme plenamente a lo que más me gusta: desarrollar un proyecto social, que haga mejorar la vida de las personas.”
Leticia Davara